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ejecutar a posibles disidentes
y, en particular, representó el abatimiento
del - (Aldrighi, ; Rey Tristán, ). En lo inmediato quedó
matrizado en la instauración del estado de guerra interno, aprobado por el
Parlamento en abril de .
Así comenzó una década cuya característica destacada fue la huida
del Uruguay, en búsqueda de refugio, de decenas de miles personas que
pretendían –no siempre con éxito– proteger su libertad y hasta salvar la
vida. Fue el contexto autoritario y dictatorial el que obligó al destierro.
Como toda condición exiliar, estas circunstancias estuvieron indisoluble-
mente unidas al sentimiento de dolor por el desprendimiento de lo propio
–de los afectos personales y colectivos–, por la derrota y la incertidumbre
de un viaje a lo desconocido. Los exiliados de esa época cargaron así en
sus maletas sentimientos encontrados, porque también alcanzar un refugio
significaba ganarle, en lo individual, la batalla a la represión. No todos lo
lograron, unos cuantos terminaron siendo presa de la Operación Cóndor.
Mientras los aires sureños de América Latina imprimían este desgarra-
miento social y político, los republicanos españoles comenzaban, después
de casi cuatro décadas, a vislumbrar el fin del régimen que los llevó al
destierro.
7. Particular atención merece el entrenamiento de las fuerzas represivas por agentes del gobierno de
Estados Unidos. Una documentada y muy novedosa investigación tomó forma de libro con la reciente pu-
blicación de Aldrighi (2007). A través del caso Daniel Anthony Mitrione, jefe del equipo de instrucciones del
Prograna de Seguridad Pública dependiente de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los EE.UU.,
da cuenta de esa estrategia de intervención y entrenamiento en especial.
8. Uruguay registra en su historia del siglo XX apenas una coyuntura previa de exilio, en las circunstancias
del golpe de Estado de 1933, cuando algunos uruguayos huyen a Buenos Aires en búsqueda de un refugio.
Se conserva también una referencia significativa del siglo XIX, durante la lucha independentista, cuando las
circunstancias vividas por el prócer, José Gervasio Artigas, lo obligan a marcharse de la Provincia Oriental. En
la historiografía nacional se reconoce este suceso como la búsqueda de refugio y asilo de Artigas. Eduardo
Acevedo, historiador clásico uruguayo, se propuso la reivindicación y la defensa de Artigas a partir de la tras-
cripción de todas las acusaciones y de todos los elogios de que fue objeto el Jefe de los Orientales. El exilio
del Prócer muestra, como todo destierro, una derrota. Fue recluido por Gaspar Rodríguez de Francia –que si
bien lo protegió dentro del país nunca lo recibió– en una zona intrincada de la selva paraguaya, y de ella no
logró salir hasta la muerte de ese dictador. «Cuando se transformaba así la Provincia Oriental en república
independiente, hacía ya ocho años que Artigas vivía proscripto en el Paraguay, fuera de todo contacto con el
Río de la Plata, porque la política allí imperante era de absoluto divorcio con el resto del mundo. El dictador
Francia describe en esta forma la entrada del Jefe de los Orientales al territorio paraguayo (nota del 12 de
mayo de 1821 al comandante del fuerte Borbón, reproducida en otro capítulo de este Alegato): «Artigas,
reducido a la última fatalidad, vino como fugitivo al paso de Itapuá y me hizo decir que le permitiese pasar
el resto de sus días en algún punto de la República, por verse perseguido aún de los suyos, y que si no le
concedía este refugio iría a meterse en los montes. Era un acto no sólo de humanidad, sino aun honroso
para la República el conceder un asilo a un jefe desgraciado que se entregaba. Así, mandé un oficial con
veinte húsares para que lo trajesen, y aquí se le tuvo recluso algún tiempo en el Convento de la Merced, sin
permitirle comunicación con gente de afuera, ni haber jamás podido hablar conmigo aunque él lo desea-
ba”.» Acevedo (1933: p. 1013). En la segunda mitad del siglo XIX sus restos fueron repatriados.
9. Se trata de la coordinación represiva de los servicios de inteligencia de distintos países que hizo posible
hacer de la región una única zona de persecución y extender su acción a otros continentes. Ver Blixen (2007).